Domingo , 27-12-09
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Cuando llegó a Sevilla hace casi 5 años para sustituir al francés Alain Lombard al frente de la Sinfónica, lo recibieron con pitos y abucheos. A pesar de que su currículo era impresionante (había dirigido a la Filarmónica de Londres y actuado en la Musikverein de Viena o la Konzerthaus de Berlín) y de que su antecesor cobraba mucha más pasta que él y dejaba tirada a la orquesta cada dos por tres, los gurús musicales de la ciudad le dieron orgullosamente la espalda, le lanzaron duras críticas sobre lo grande que le quedaba esta plaza y emitieron incluso un comunicado conjunto de «repulsa», en plan poetas cabreados, contra él y su mentor, Juan Carlos Marset, entonces delegado municipal de Cultura, que pactó su fichaje con su «socia», la consejera Rosa Torres, a cambio de que eligiera ella a la gerente, Remedios Navarro.
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Halffter, que era joven pero no tonto, sabía que su apellido (el de una de las pocas dinastías musicales que aún quedan en Europa) y su DNI (34 añitos) jugaban en su contra, pero no se esperaba tanta hostilidad. Ha llovido mucho desde entonces y la mayoría de los abajofirmantes que le criticaron con saña llevan tiempo alabándolo (rectificar es de sabios), demostrando que no era ese «niño de papá» que ellos pensaban y que atesora el talento suficiente para convertir a la Sinfónica de Sevilla en una de las mejores de España, un camino que ya ha iniciado no sin dificultades pero con la ayuda de una plantilla magnífica de músicos.
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Por esa razón y por lo que ha costado llevar a la orquesta, por ejemplo, a la Konzerthaus de Viena, donde cortó dos orejas en febrero y fue aplaudida a rabiar por un público entendido que no tiene calambres en las manos como el espectador sevillano, tampoco se explica ahora Halffter, casi 5 años después de su llegada, que el Ayuntamiento no pueda sacar de alguna partida de su presupuesto ese millón de euros que planea quitarle a esa orquesta que está colocando a Sevilla, junto al Maestranza, en los circuitos musicales internacionales. Torres tampoco lo entiende, ni casi nadie en esta ciudad. ¿Se puede ser tan bárbaro o tan idiota? Pronto lo veremos
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