Entrevista a Roberto Alagna en El Cultural.es
El tenor franco-siciliano se enfunda estos días los complejos del Cyrano de Bergerac de Alfano mientras se sobrepone a sus propios avatares. Lo hace al calor del Teatro de la Maestranza de Sevilla y con su hermano David dirigiendo la escena. En plenas facultades vocales, el gran divo muda la piel.
Pregunta: ¿Cuánto tiene usted de Cyrano?
Respuesta: Digamos que, desde muy temprana edad, he sentido verdadera fascinación por personajes como D'Artagnan, Robin Hood o el Bossu de las películas de Jean Marais.
P: Claro que el de Rostand no es precisamente un héroe al uso.
R: De acuerdo. Pero sólo así Cyrano es capaz de encarnar todas las cualidades de la literatura, sobreponiéndose en cada capítulo de su vida a las dificultades que le surgen y, más aún, a sus propias metas.
P: ¿Y qué complejos ocultos le ha desvelado este rol?
R: En realidad, siempre tuve cierto complejo de voz. En casa me sentía un patito feo. Cuando me lanzaba a cantar, mis padres me decían: Roberto, gracias, basta. Con Cyrano he podido lamerme las heridas.
P: ¿Y cómo es Alagna sin complejos?
R: Una persona que acepta lo que Dios y la naturaleza le han dado. Y se abre a la belleza del mundo. Optimista, vital, sincero.
P: ¿Tal cual?
R: Es que la vida no está para perderla en depresiones. Sino para exprimirla y alcanzar nuestros sueños.
P: Usted lo ha hecho. En el Conservatorio de París ya se canta el francés "al estilo Roberto Alagna". ¿Cómo se come eso?
R: Cuando me inicié en el mundo de la ópera, el francés se cantaba de manera preciosista, sin sangre. Trabajé mucho por una dicción algo más moderna y actual.
P: ¿Tipo verlan, el argot de los suburbios?
R: (Risas) Algo menos coloquial y críptico. Pero con la misma idea de acercarme al francés de la calle, al de la gente de hoy.
P: No en vano, ya hay quien le peregrina al Museo Grévin.
R: He de decir que mi estatua de cera me produjo, además de emoción, cierto desasosiego. En la inauguración, pensé por un momento estar asistiendo a mi propio funeral...
P: Más bien todo lo contrario: lo inmortalizaron con toda probidad y a la vera de Pavarotti.
R: Un verdadero honor para un hijo de inmigrantes como yo. Pavarotti fue un maes- tro con el que estaré siempre en deuda.
P: Porque ¿es cierto que están más caras las suites de hotel que algunos “cachés por noche”?
R: Se sorprendería si le diera los nombres de algunos grandes divos que no llegan a fin de mes. La ópera ya no mueve el dinero de antaño. Para sobrevivir hay que estar en todo: actuaciones, giras, cedés, DVD…
P: ¿Y no le resultó curioso que Decca editara en DVD el aria de la Aída que le abuchearon?
R: ¡Más que curioso! ¿Dónde está aquel cover prometedor al que todos agasajaron? Dígame, ¿dónde?
P: Sigue resentido...
R: Es que fui víctima de los intereses extramusicales de los hooligans de La Scala. Un peón para un boicot urdido de antemano por los antiguos dirigentes del teatro.
P: ¿Sin mea culpas?
R: En lo que respecta a mi voz, no estaba al 100%. De acuerdo, pero no merecí aquello.
P: ¿Y por qué no ha cuajado el Simon Boccanegra con el que tenía intención de volver?
R: Tengo buenos amigos en La Scala. Stephane Lissner, sin ir más lejos. Pero sólo me ofrecen proyectos si retiro la demanda contra el teatro.
P: ¿Y piensa hacerlo?
R: Ni se me pasa por la cabeza. Creo que fue un atentado contra mi imagen. La prueba de lo que digo es que, tres años después, se me sigue preguntando por lo ocurrido.
P: Ahora, además, sobrevuelan los fantasmas de su ruptura con la Gheorghiu. ¿Cómo lo lleva?
R: La llevo en mi corazón... Está claro que, si no podemos ser pareja sobre el escenario, tampoco fuera de él.
P: Lo del Maestranza está teniendo mucho de terapéutico... ¿Siente el calor del público?
R: No tengo queja del público español. Pero algunas críticas del pasado han sido gratuitas, sin fundamento.
P: Explíquese.
R: En la rueda de prensa de Pescadores de perlas, aquí, en Sevilla, un crítico me confesó que, pese a admirar mi trabajo, el suyo consistía en hablar mal de la gente.
P: ¿Y cómo no le cogió la matrícula?
R: No lo sé. Pero ahora que lo dice, recuerdo que iba en bici.
Pregunta: ¿Cuánto tiene usted de Cyrano?
Respuesta: Digamos que, desde muy temprana edad, he sentido verdadera fascinación por personajes como D'Artagnan, Robin Hood o el Bossu de las películas de Jean Marais.
P: Claro que el de Rostand no es precisamente un héroe al uso.
R: De acuerdo. Pero sólo así Cyrano es capaz de encarnar todas las cualidades de la literatura, sobreponiéndose en cada capítulo de su vida a las dificultades que le surgen y, más aún, a sus propias metas.
P: ¿Y qué complejos ocultos le ha desvelado este rol?
R: En realidad, siempre tuve cierto complejo de voz. En casa me sentía un patito feo. Cuando me lanzaba a cantar, mis padres me decían: Roberto, gracias, basta. Con Cyrano he podido lamerme las heridas.
P: ¿Y cómo es Alagna sin complejos?
R: Una persona que acepta lo que Dios y la naturaleza le han dado. Y se abre a la belleza del mundo. Optimista, vital, sincero.
P: ¿Tal cual?
R: Es que la vida no está para perderla en depresiones. Sino para exprimirla y alcanzar nuestros sueños.
P: Usted lo ha hecho. En el Conservatorio de París ya se canta el francés "al estilo Roberto Alagna". ¿Cómo se come eso?
R: Cuando me inicié en el mundo de la ópera, el francés se cantaba de manera preciosista, sin sangre. Trabajé mucho por una dicción algo más moderna y actual.
P: ¿Tipo verlan, el argot de los suburbios?
R: (Risas) Algo menos coloquial y críptico. Pero con la misma idea de acercarme al francés de la calle, al de la gente de hoy.
P: No en vano, ya hay quien le peregrina al Museo Grévin.
R: He de decir que mi estatua de cera me produjo, además de emoción, cierto desasosiego. En la inauguración, pensé por un momento estar asistiendo a mi propio funeral...
P: Más bien todo lo contrario: lo inmortalizaron con toda probidad y a la vera de Pavarotti.
R: Un verdadero honor para un hijo de inmigrantes como yo. Pavarotti fue un maes- tro con el que estaré siempre en deuda.
P: Porque ¿es cierto que están más caras las suites de hotel que algunos “cachés por noche”?
R: Se sorprendería si le diera los nombres de algunos grandes divos que no llegan a fin de mes. La ópera ya no mueve el dinero de antaño. Para sobrevivir hay que estar en todo: actuaciones, giras, cedés, DVD…
P: ¿Y no le resultó curioso que Decca editara en DVD el aria de la Aída que le abuchearon?
R: ¡Más que curioso! ¿Dónde está aquel cover prometedor al que todos agasajaron? Dígame, ¿dónde?
P: Sigue resentido...
R: Es que fui víctima de los intereses extramusicales de los hooligans de La Scala. Un peón para un boicot urdido de antemano por los antiguos dirigentes del teatro.
P: ¿Sin mea culpas?
R: En lo que respecta a mi voz, no estaba al 100%. De acuerdo, pero no merecí aquello.
P: ¿Y por qué no ha cuajado el Simon Boccanegra con el que tenía intención de volver?
R: Tengo buenos amigos en La Scala. Stephane Lissner, sin ir más lejos. Pero sólo me ofrecen proyectos si retiro la demanda contra el teatro.
P: ¿Y piensa hacerlo?
R: Ni se me pasa por la cabeza. Creo que fue un atentado contra mi imagen. La prueba de lo que digo es que, tres años después, se me sigue preguntando por lo ocurrido.
P: Ahora, además, sobrevuelan los fantasmas de su ruptura con la Gheorghiu. ¿Cómo lo lleva?
R: La llevo en mi corazón... Está claro que, si no podemos ser pareja sobre el escenario, tampoco fuera de él.
P: Lo del Maestranza está teniendo mucho de terapéutico... ¿Siente el calor del público?
R: No tengo queja del público español. Pero algunas críticas del pasado han sido gratuitas, sin fundamento.
P: Explíquese.
R: En la rueda de prensa de Pescadores de perlas, aquí, en Sevilla, un crítico me confesó que, pese a admirar mi trabajo, el suyo consistía en hablar mal de la gente.
P: ¿Y cómo no le cogió la matrícula?
R: No lo sé. Pero ahora que lo dice, recuerdo que iba en bici.
Benjamín G-ROSADO
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