Por Pablo Meléndez-Haddad
ABCD Las Artes y Las Letras
15 de marzo de 2009
El triunfo de La Fanciulla del West (La Muchacha del Oeste), de Giacomo Puccini, en su estreno absoluto neoyorquino fue memorable: con una recaudación millonaria, esa première ha quedado en los anales operísticos. El público se rindió ante el genio del compositor y ante una partitura que recuperaba a un Puccini no solamente genio del melodismo más refinado, sino también a un orquestador eficaz y a un hombre de teatro de fino olfato dramático. Todo ello ambientado en un universo eminentemente masculino, el del mismísimo Oeste norteamericano, esta vez dominado por un personaje femenino fascinante: Minnie.
El Teatro de La Maestranza de Sevilla devuelve esta ópera al repertorio español desde el próximo viernes después de una ausencia de un cuarto de siglo, y lo hace por la puerta grande, con dos repartos alternativos y con una producción de un experto en el título, Giancarlo Del Monaco, autor también de un célebre montaje en el propio Met que en los años ochenta y noventa paseó por escenarios de medio mundo.
Con un argumento alejado de la ópera tradicional, La Fanciulla del West tiene más bien el aspecto de una peli del Oeste, de cowboys, de fiebre del oro, de whisky y de saloon. Por eso su argumento subyugó a ese púbico que abarrotaba el Metropolitan de Nueva York el 10 de diciembre de 1910, emocionado con el libreto de Guelfo Civinini y Carlo Zangarini basados en The Girl of the Golden West, de David Belasco.
Caruso y Toscanini
Era la sexta ópera del catálogo pucciniano, ocasión en la que contó con Enrico Caruso en el papel de Dick Johnson, con Arturo Toscanini en el podio y con el propio Belasco colaborando en la puesta en escena. Era la segunda obra del genio de Lucca inspirada en el mundo creativo del dramaturgo californiano; si Puccini sondeaba ahora de su mano la América de los pioneros, antes había triunfado con los acentos japoneses de la hoy en día mucho más popular Madama Butterfly, obra maestra del verismo y del exotismo.
El Maestranza contará con Giancarlo Del Monaco como director de escena al mando de una producción concebida para la Ópera de Niza en 2000, que después ha viajado por otras tantas ciudades; en Roma la interpretó la pareja formada por Daniela Dessì y Fabio Armiliato, encargados también del estreno sevillano. En declaraciones a ABCD, la soprano genovesa comenta que se trata de «una producción muy cinematográfica, llena de pequeños detalles, casi de una película».
El trabajo junto a Giancarlo Del Monaco es arduo, según dice Dessì, porque «siempre busca la perfección», un concepto que, por su parte, Fabio Armiliato también conoce muy bien, ya que fue el encargado de estrenarla en Niza para después cantarla en Montpellier y antes de resucitarla en Roma junto a Dessì con un éxito personal sorprendente: «La producción le encantará al público sevillano porque es como una película del Oeste de Sergio Leone. Con Daniela nos lo pasamos muy bien en este montaje, porque es muy realista y dramáticamente exigente. En Roma tuvimos mucho éxito; incluso me pidieron que repitiera el aria Ch?ella mi creda, algo que nunca había sucedido en la reciente historia de la ópera».
Una pequeña joya.
Ambos cantantes -pareja en la vida real- tienen claro que la poca presencia en el repertorio de esta pequeña joya de Puccini se debe a la extrema exigencia de los papeles protagonistas. Dessì considera que es una de sus óperas «más modernas y más difíciles musicalmente, sin arias cerradas; se ve que Puccini trataba de crear piezas con mayor continuidad, sin arias que fragmentaran el discurso dramático». Aun así, Armiliato reconoce que tanto el aria que repitió en Roma como Or son sei mesi, son fascinantes, «siempre teniendo en cuenta que fueron escritas para Caruso; es un papel que me encanta, ya que hago de malo de la peli. Pero es un malo a su pesar. Yo diría que es un bandido por herencia».
La exuberante orquestación pucciniana se interpone entre las voces y el público, por ello se necesita de cantantes poseedores de instrumentos capaces de traspasar esa barrera sonora que tanto fascina a los directores musicales y que, por lo mismo, muchas veces causa daño a las voces poco preparadas. No es el caso de estos dos intérpretes, expertos en Puccini y que han dedicado muchas horas al estudio del compositor: ya tienen La Fanciulla grabada en disco, y otro con dúos puccinianos está a punto de salir al mercado.
Dessì se declara «enamorada» del arte de Puccini, siendo considerada como una de las mejores intérpretes contemporáneas del compositor; conociéndolo tan bien, subraya el tema de la orquestación pucciniana: «Fanciulla exige enfrentarse a un potente tejido orquestal, pero eso lo entiendo como un riesgo muy excitante para un intérprete». El Far West a orillas del Guadalquivir.
Puccini en el lejano Oeste
Pedro Halffter y Gian Carlo del Monaco
resucitan en Sevilla un western operístico
20/03/2009
El Cultural.es
Arturo REVERTER
Prosiguen los homenajes a Puccini en el Teatro Maestranza con el estreno hoy de La fanciulla del West, una Bohème situada entre pistolas y póquer de salón que llega de la mano de Halffter y Del Monaco.
Puccini tuvo oportunidad de ver en Nueva York, en 1907, la obra teatral The girl of the golden West de David Belasco, todo un personaje, forjador de un realismo naif y sensacionalista, autor precisamente de la pieza en la que se había basado Madama Butterfly (1904). No cabe duda de que el tema estaba conectado con los primitivos filmes que abordaban la temática del salvaje oeste, en la que descansarían La belle Cabaretière y Johnny Guitar, dos películas posteriores que trataban un asunto parecido. La fanciulla del West, con libreto de Civinini y Zangarini, fue estrenada en el Met el 10 de diciembre de 1910.
A partir de hoy podrá verse en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en un montaje proveniente de la ópera de Roma firmado por Gian Carlo del Monaco, experto en una obra que ya ha trabajado en distintos escenarios y que conoce como la palma de la mano. Es también aquí escenógrafo y figurinista.
Pedro Halffter empuña la batuta para acometer una música que no deja de tener ciertos rasgos expresionistas y que se atempera a sus habituales características. Seis cantantes se reparten los tres protagonistas. Janice Baird, segura y penetrante, Marco Berti, sonoro y timbrado, y Claudio Sgura, de buen y juvenil temple baritonal, se alternan con Daniela Dessì, de menor tonelaje, pero capaz de excelentes claroscuros.
Ritmos del Nuevo Mundo. Además, Fabio Armiliato, penumbroso y vibrante, aunque artificioso de emisión, y Silvano Carroli, veteranísimo y en su día un recio Rance. No sabemos si estará ya para los trotes de una obra con la que Puccini logra un lenguaje más depurado y moderno, derivado del que por entonces defendían, cada uno en su estilo, Debussy y Strauss y que favorecía en el italiano la ampliación del espectro armónico, el reforzamiento de los valores orquestales y un vigor desconocido en las estructuras rítmicas, a lo que hay que sumar el uso de elementos temáticos propios del Nuevo Mundo, que se dejan ya oír en un preludio bien poblado de disonancias.
Quizá no suficiente todo ello para conceder un colorido específico, netamente americano, a la obra, que de tal guisa se antoja en ocasiones fruto de un bien elaborado artificio.
La música está bien engarzada y escrupulosamente labrada, especialmente en el progresivo y fluido primer acto, que pinta estupendamente la atmósfera del bar La polka, llena de las bulliciosas idas y venidas de los mineros. Las células musicales discurren finamente esculpidas y crean uno de los mejores instantes teatrales del compositor, que, en todo caso, no termina de definir por completo a los tres personajes principales, a los que falta una frase y un sujeto que sitúe su auténtica psicología. No hay motivos, melodías, arias recordables, excepto, si se quiere el adiós de Jonson/Ramerrez, esa hermosa Chélla mi creda.
La obra se desarrolla por lo general en una combinación de recitativo declamado y recitativo melódico, por cuyo entramado pululan los diversos motivos.
Resulta eficaz desde un punto de vista dramático la escena de las cartas del acto segundo, un gran coupe de théâtre, en donde los personajes hablan con el obsesivo sostén del rumor del timbal.
ABCD Las Artes y Las Letras
15 de marzo de 2009
El triunfo de La Fanciulla del West (La Muchacha del Oeste), de Giacomo Puccini, en su estreno absoluto neoyorquino fue memorable: con una recaudación millonaria, esa première ha quedado en los anales operísticos. El público se rindió ante el genio del compositor y ante una partitura que recuperaba a un Puccini no solamente genio del melodismo más refinado, sino también a un orquestador eficaz y a un hombre de teatro de fino olfato dramático. Todo ello ambientado en un universo eminentemente masculino, el del mismísimo Oeste norteamericano, esta vez dominado por un personaje femenino fascinante: Minnie.
El Teatro de La Maestranza de Sevilla devuelve esta ópera al repertorio español desde el próximo viernes después de una ausencia de un cuarto de siglo, y lo hace por la puerta grande, con dos repartos alternativos y con una producción de un experto en el título, Giancarlo Del Monaco, autor también de un célebre montaje en el propio Met que en los años ochenta y noventa paseó por escenarios de medio mundo.
Con un argumento alejado de la ópera tradicional, La Fanciulla del West tiene más bien el aspecto de una peli del Oeste, de cowboys, de fiebre del oro, de whisky y de saloon. Por eso su argumento subyugó a ese púbico que abarrotaba el Metropolitan de Nueva York el 10 de diciembre de 1910, emocionado con el libreto de Guelfo Civinini y Carlo Zangarini basados en The Girl of the Golden West, de David Belasco.
Caruso y Toscanini
Era la sexta ópera del catálogo pucciniano, ocasión en la que contó con Enrico Caruso en el papel de Dick Johnson, con Arturo Toscanini en el podio y con el propio Belasco colaborando en la puesta en escena. Era la segunda obra del genio de Lucca inspirada en el mundo creativo del dramaturgo californiano; si Puccini sondeaba ahora de su mano la América de los pioneros, antes había triunfado con los acentos japoneses de la hoy en día mucho más popular Madama Butterfly, obra maestra del verismo y del exotismo.
El Maestranza contará con Giancarlo Del Monaco como director de escena al mando de una producción concebida para la Ópera de Niza en 2000, que después ha viajado por otras tantas ciudades; en Roma la interpretó la pareja formada por Daniela Dessì y Fabio Armiliato, encargados también del estreno sevillano. En declaraciones a ABCD, la soprano genovesa comenta que se trata de «una producción muy cinematográfica, llena de pequeños detalles, casi de una película».
El trabajo junto a Giancarlo Del Monaco es arduo, según dice Dessì, porque «siempre busca la perfección», un concepto que, por su parte, Fabio Armiliato también conoce muy bien, ya que fue el encargado de estrenarla en Niza para después cantarla en Montpellier y antes de resucitarla en Roma junto a Dessì con un éxito personal sorprendente: «La producción le encantará al público sevillano porque es como una película del Oeste de Sergio Leone. Con Daniela nos lo pasamos muy bien en este montaje, porque es muy realista y dramáticamente exigente. En Roma tuvimos mucho éxito; incluso me pidieron que repitiera el aria Ch?ella mi creda, algo que nunca había sucedido en la reciente historia de la ópera».
Una pequeña joya.
Ambos cantantes -pareja en la vida real- tienen claro que la poca presencia en el repertorio de esta pequeña joya de Puccini se debe a la extrema exigencia de los papeles protagonistas. Dessì considera que es una de sus óperas «más modernas y más difíciles musicalmente, sin arias cerradas; se ve que Puccini trataba de crear piezas con mayor continuidad, sin arias que fragmentaran el discurso dramático». Aun así, Armiliato reconoce que tanto el aria que repitió en Roma como Or son sei mesi, son fascinantes, «siempre teniendo en cuenta que fueron escritas para Caruso; es un papel que me encanta, ya que hago de malo de la peli. Pero es un malo a su pesar. Yo diría que es un bandido por herencia».
La exuberante orquestación pucciniana se interpone entre las voces y el público, por ello se necesita de cantantes poseedores de instrumentos capaces de traspasar esa barrera sonora que tanto fascina a los directores musicales y que, por lo mismo, muchas veces causa daño a las voces poco preparadas. No es el caso de estos dos intérpretes, expertos en Puccini y que han dedicado muchas horas al estudio del compositor: ya tienen La Fanciulla grabada en disco, y otro con dúos puccinianos está a punto de salir al mercado.
Dessì se declara «enamorada» del arte de Puccini, siendo considerada como una de las mejores intérpretes contemporáneas del compositor; conociéndolo tan bien, subraya el tema de la orquestación pucciniana: «Fanciulla exige enfrentarse a un potente tejido orquestal, pero eso lo entiendo como un riesgo muy excitante para un intérprete». El Far West a orillas del Guadalquivir.
Puccini en el lejano Oeste
Pedro Halffter y Gian Carlo del Monaco
resucitan en Sevilla un western operístico
20/03/2009
El Cultural.es
Arturo REVERTER
Prosiguen los homenajes a Puccini en el Teatro Maestranza con el estreno hoy de La fanciulla del West, una Bohème situada entre pistolas y póquer de salón que llega de la mano de Halffter y Del Monaco.
Puccini tuvo oportunidad de ver en Nueva York, en 1907, la obra teatral The girl of the golden West de David Belasco, todo un personaje, forjador de un realismo naif y sensacionalista, autor precisamente de la pieza en la que se había basado Madama Butterfly (1904). No cabe duda de que el tema estaba conectado con los primitivos filmes que abordaban la temática del salvaje oeste, en la que descansarían La belle Cabaretière y Johnny Guitar, dos películas posteriores que trataban un asunto parecido. La fanciulla del West, con libreto de Civinini y Zangarini, fue estrenada en el Met el 10 de diciembre de 1910.
A partir de hoy podrá verse en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en un montaje proveniente de la ópera de Roma firmado por Gian Carlo del Monaco, experto en una obra que ya ha trabajado en distintos escenarios y que conoce como la palma de la mano. Es también aquí escenógrafo y figurinista.
Pedro Halffter empuña la batuta para acometer una música que no deja de tener ciertos rasgos expresionistas y que se atempera a sus habituales características. Seis cantantes se reparten los tres protagonistas. Janice Baird, segura y penetrante, Marco Berti, sonoro y timbrado, y Claudio Sgura, de buen y juvenil temple baritonal, se alternan con Daniela Dessì, de menor tonelaje, pero capaz de excelentes claroscuros.
Ritmos del Nuevo Mundo. Además, Fabio Armiliato, penumbroso y vibrante, aunque artificioso de emisión, y Silvano Carroli, veteranísimo y en su día un recio Rance. No sabemos si estará ya para los trotes de una obra con la que Puccini logra un lenguaje más depurado y moderno, derivado del que por entonces defendían, cada uno en su estilo, Debussy y Strauss y que favorecía en el italiano la ampliación del espectro armónico, el reforzamiento de los valores orquestales y un vigor desconocido en las estructuras rítmicas, a lo que hay que sumar el uso de elementos temáticos propios del Nuevo Mundo, que se dejan ya oír en un preludio bien poblado de disonancias.
Quizá no suficiente todo ello para conceder un colorido específico, netamente americano, a la obra, que de tal guisa se antoja en ocasiones fruto de un bien elaborado artificio.
La música está bien engarzada y escrupulosamente labrada, especialmente en el progresivo y fluido primer acto, que pinta estupendamente la atmósfera del bar La polka, llena de las bulliciosas idas y venidas de los mineros. Las células musicales discurren finamente esculpidas y crean uno de los mejores instantes teatrales del compositor, que, en todo caso, no termina de definir por completo a los tres personajes principales, a los que falta una frase y un sujeto que sitúe su auténtica psicología. No hay motivos, melodías, arias recordables, excepto, si se quiere el adiós de Jonson/Ramerrez, esa hermosa Chélla mi creda.
La obra se desarrolla por lo general en una combinación de recitativo declamado y recitativo melódico, por cuyo entramado pululan los diversos motivos.
Resulta eficaz desde un punto de vista dramático la escena de las cartas del acto segundo, un gran coupe de théâtre, en donde los personajes hablan con el obsesivo sostén del rumor del timbal.
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