Ambientada en el Lejano Oeste, 'La fanciulla del West' es la ópera de madurez de Puccini
menos representada y un anticipo simplificado de la película 'Johnny Guitar'
Andrés Moreno Mengíbar
Diario de Sevilla
Está siendo la presente temporada del Teatro de la Maestranza pródiga en estrenos en la ciudad, pues salvo el caso de Tancredi, todos los títulos escenificados programados suben por primera vez a unas tablas sevillanas, lo que siempre es de agradecer en tiempos en que los teatros se muestran poco proclives a salirse del repertorio más trillado. Con el caso que aquí nos trae se cubre una de las carencias puccinianas más evidentes, pues junto con La rondine, se trata de la ópera de madurez de Giacomo Puccini menos representada.
La génesis de esta ópera debe ser relacionada con la crisis creativa en la que Puccini cae tras el inicial fiasco de Madama Butterfly en 1904. Tras ganarse el cetro de la ópera italiana con La Bohème y Tosca y a pesar del éxito de la versión renovada de Madama Butterfly, Puccini se plantea la necesidad de un cambio de rumbo, de una búsqueda de un lenguaje musical y dramático que no repitiese las mismas fórmulas. Puccini, a pesar de la mala imagen que entre los melómanos snobs tiene de compositor simplón, era una persona mucho más atenta a la creación musical contemporánea de lo que se cree. Llevado por su afán de superación siempre estaba al tanto de las últimas partituras de las que poder extraer lecciones que incorporar a su música. Así, mientras se lanza a la búsqueda de un nuevo libreto a partir de 1905, estudia a fondo Pelléas y Elektra, composiciones cuya huella no es difícil encontrar en La fanciulla. Todo el tejido orquestal denso y con fuertes contrastes tímbricos (maderas a cuatro, por ejemplo) proceden de Debussy y de Strauss. Tal grado de detallismo en la instrumentación y tal grado de sabiduría tímbrica ofrece esta ópera que el propio Alban Berg la ponía de ejemplo en sus clases.
Una de las cuestiones que más atrae la atención en este título es su ambientación en el Lejano Oeste. No era de extrañar que Puccini, siempre a la caza de tramas argumentales bien contrastadas y llenas de escenas de efecto, viese en la pieza teatral de David Belasco The Girl of the Golden West un buen cimiento sobre el que erigir su nueva ópera. Tampoco fue ajena a la elección la vinculación de la ópera con los Estados Unidos, pues el origen de la composición hay que situarlo en un encargo por parte del Metropolitan de Nueva York. Ambientado en la California de 1848, en los inicios de la Fiebre del Oro, el argumento presenta un clásico triángulo amoroso que reproduce en buena medida el de Tosca: lo que allí era Scarpia-Floria-Mario, aquí es Rance-Minnie-Johnson. Pero todo como en clave naif. No esperemos encontrar la finura psicológica de los personajes de Tosca, porque en La fanciulla todo aparece pasado por el tamiz de la simplificación y de la ingenuidad: un celoso y posesivo sheriff que es capaz de guardar su palabra aun a costa de perder al objeto de su deseo y de dejar escapar a su rival; un bandido a su pesar y, sobre todo, una cantinera dura, hecha a tratar con mineros, que es para ellos la hermana o la madre lejana, pero que también es capaz de desenfundar su revólver para librar de la horca a quien la ha engañado pero a quien ama. Es como el envés simplificado de la Vienna de Johnny Guitar: a las inolvidables miradas de Joan Crawford a Sterling Hayden sólo les faltaría la banda sonora de los dúos de amor entre Minnie y Dick para una perfecta correlación. Sólo que Puccini estrenó esta música en 1910, cuando el cine sonoro era aún un sueño.
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