Puccini en versión «western»
La Razón
La Razón
23 Marzo 09
Gonzalo ALONSO
«La Fanciulla del West» Puccini.
Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro.
Director escénico: G.del Monaco.
Dirección musical: P. Halffter.
Producción de la Ópera de Roma.
T. de la Maestranza.
Sevilla, 20 y 21-III-2009.
Una crítica de ópera no debería empezar por la escena salvo en circunstancias excepcionales, y ésta lo es. La Maestranza ha importado una de las tres producciones de «La Fanciulla del West» de Giancarlo del Monaco que están en el mercado y que responden a un mismo concepto realista. El texto de la ópera no permite otra cosa y lo importante es darle vida. La derrocha, con una acción global y un detallismo casi más cinematográfico que teatral y hasta consigue compensar los dos puntos débiles que impiden a esta partitura un favor del público parejo a otras del mismo autor.
El primer acto, una presentación de situación y personajes, se alarga en exceso y el final resulta poco creíble -Minnie debía morir como casi todas las heroínas puccinianas- y hace decaer la tensión. La soberbia dirección de intérpretes casi lo obvia. Los contundentes y adecuados decorados, así como la cuidadísima iluminación -¡que preciosidad el final del primer acto!- completan la que es una de las producciones escenográficas más redondas de las vistas en los últimos años en España. Una de las que han hecho historia. Punto de inflexión «Fanciulla» representa un corte en la obra de Puccini, que deseó y consiguió jugar a la modernidad asimilando las corrientes de la época.
Hay también en ella gérmenes de «Turandot» -coros de primer y tercer acto- así como herencias de «Butterfly». Su colorido orquestal es quizá el más sobresaliente de su catálogo.
El segundo acto nos trae al mejor Puccini, igualando o superando el de «Tosca». Su sinfonismo es tal que el célebre Mitropoulus lo llegó a ofrecer en concierto sin cantantes. Hay tanto sobre el escenario que lo ideal para un director es dirigir de memoria, sin partitura, como en el segundo acto de «La Bohème».
Pedro Halffter, que se apunta un gran tanto como director artístico, debuta en la partitura más difícil de Puccini con un trabajo voluntarioso y meritorio que llega a alcanzar un nivel de primera en el acto citado. Es tal la gradación de tensiones y la compenetración entre escenario y foso, que las últimas notas ponen la carne de gallina.
El teatro presenta dos repartos contrastados en el trío protagonista y unos sólidos comprimiros. El barítono Claudio Sgura aporta profesionalidad, mientras que Silvano Carroli, con su veteranía y cascado vozarrón compone un Rance realmente indeseable.
Marco Berti, debutante en el papel de Johnson, admira por la brillantez de su registro agudo. La interpretación de Fabio Armiliato justifica el motivo por el que esta ópera, estrenada por Caruso, se programe pensando en el tenor aunque lleve nombre femenino. Totalmente convincente en la escena, muy musical, con agudos bien colocados como el «si» del primer acto y con los registros central y grave que exige el personaje.
Janice Baird, aceptable actriz, sobresale por sus wagnerianos agudos, algunos muy bien proyectados. Mucho más en estilo se halla Daniela Desi. Cuando ella canta se escuchan a todas las heroínas puccinianas y su fraseo, de artista con clase, contagia al foso, que también suena más genuinamente pucciniano, casi hasta con rubatos.
Uno de los mayores éxitos de los últimos tiempos en la Maestranza que, tal y como había programado Antonio Moral, debería trasladarse al Real. Madrid, en el centenario de la partitura y tras más de veinticinco años de olvido, ha de ver una de las «Fanciullas» de Del Monaco.
Mortier tiene la palabra y resultaría un error no respetar esta vez lo proyectado.
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