por Fernando López Vargas-Machuca
El éxito que la versión concierto de Los pescadores de perlas ofrecida en el Teatro de la Maestranza el sábado 6 de junio alcanzó entre el público fue extraordinario: hacía tiempo que no se veía nada parecido. La crítica y los foreros especialistas han sido, por el contrario, unánimemente despiadados, al menos con la estrella de la función, un Roberto Alagna cuya afección a los lazos familiares explicaría, quizá, el lamentable Werther que sus hermanos David y Frédérico ofrecieron en marzo de 2008 en esta misma sala (enlace), así como la presencia en el título de Bizet de su cuñada, Nathalie Manfrino, y la reunión de todos ellos el próximo noviembre en Cyrano. Se comprende que los ánimos estuvieran calentitos contra el tenor por parte de quienes saben de qué va el rollo.
Se ha escrito mucho sobre estos Pescadores, argumentado con razones de peso y desde la experiencia (enlace). Yo no puedo aportar aquí nada a lo ya dicho, porque mis conocimientos no me lo permiten, pero sí que puedo explicar por qué, para mi vergüenza, me lo pasé bien en esta función, independientemente -huelga decirlo- de la belleza melódica del título de Bizet, al que por cierto le conviene mucho la versión concierto para no tener que partirse de risa ante un libreto poco menos que imposible.
Ante todo, la música estuvo bien servida en el plano orquestal y coral. Cierto es que la ROSS no estuvo ni mucho menos tan fina como en el programa sinfónico de la noche anterior (enlace) y que el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza sonó a ratos más bien emborronado, pero aun así el resultado técnico fue estimable y se mantuvo muy por encima de la media de lo que tenemos que aguantar en los otros teatros andaluces (Jerez, Córdoba, Málaga).
Pedro Halffter, por su parte, dirigió con menos refinamiento técnico pero bastante más acierto que en su reciente Tristán (enlace); no le hubiera venido mal un poco más de chispa y desparpajo, pero los momentos líricos estuvieron muy bien servidos y consiguió esa morbidez y sensualidad tan particulares que habitualmente asociamos al repertorio francés.
Nathalie Manfrino no es una soprano desdeñable. Molestó la tirantez de su registro agudo (en algún momento llegó a emitir un desagradable chillido) y se quedó bastante corta a la hora de desenvolverse en las agilidades. Expresivamente, desde luego, no es nada del otro jueves. Pero tiene un centro lleno y de gran belleza, se desenvuelve muy bien en el canto ligado y frasea con calidez, incluso con cierta sensualidad. Me gustó bastante menos Marc Barrard, un barítono inexpresivo y rutinario que, al menos, hizo gala de un buen instrumento. Mucho más interesante el Nourabad de Nicolas Courjal, poderoso y amenazador.
Bueno, ¿y el divo? Este señor hace ya lustros dejó de ser un magnífico tenor para transformarse en una especie de bufón del canto. Yo mismo no he dudado a la hora de lamentar algunas de sus interpretaciones (enlace). Ahora bien, sigue conservando una voz apreciable y, cuando quiere, unas evidentes ganas de comunicar. ¿Notas abiertas? ¿Inseguridad? ¿Cambios de color? ¿Desafinaciones? ¡Pues claro! Pero eso ya se sabía: estamos hablando de Alagna. Ahora bien, el aria la cantó con la emoción en los labios, fraseando siempre con morbidez, sensualidad, ensoñación y sentido. Que lo hiciera en falsete no me importó demasiado, aunque fuera jugar con las cartas marcadas. Otra cosa es que se lanzara a repetirla: ya dije aquí que me pareció un error (enlace) porque no venía a cuento, y encima la cantó peor.
En fin, es posible que si dentro de unos años escucho alguna de las grabaciones piratas que deben de existir del evento me forme una opinión bien distinta del mismo, pero de momento sólo puedo dar fe de que, sabiendo lo que me iba a encontrar con Alagna, me lo pasé muy bien. Como tantos otros miembros del público, al fin y al cabo.
Se ha escrito mucho sobre estos Pescadores, argumentado con razones de peso y desde la experiencia (enlace). Yo no puedo aportar aquí nada a lo ya dicho, porque mis conocimientos no me lo permiten, pero sí que puedo explicar por qué, para mi vergüenza, me lo pasé bien en esta función, independientemente -huelga decirlo- de la belleza melódica del título de Bizet, al que por cierto le conviene mucho la versión concierto para no tener que partirse de risa ante un libreto poco menos que imposible.
Ante todo, la música estuvo bien servida en el plano orquestal y coral. Cierto es que la ROSS no estuvo ni mucho menos tan fina como en el programa sinfónico de la noche anterior (enlace) y que el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza sonó a ratos más bien emborronado, pero aun así el resultado técnico fue estimable y se mantuvo muy por encima de la media de lo que tenemos que aguantar en los otros teatros andaluces (Jerez, Córdoba, Málaga).
Pedro Halffter, por su parte, dirigió con menos refinamiento técnico pero bastante más acierto que en su reciente Tristán (enlace); no le hubiera venido mal un poco más de chispa y desparpajo, pero los momentos líricos estuvieron muy bien servidos y consiguió esa morbidez y sensualidad tan particulares que habitualmente asociamos al repertorio francés.
Nathalie Manfrino no es una soprano desdeñable. Molestó la tirantez de su registro agudo (en algún momento llegó a emitir un desagradable chillido) y se quedó bastante corta a la hora de desenvolverse en las agilidades. Expresivamente, desde luego, no es nada del otro jueves. Pero tiene un centro lleno y de gran belleza, se desenvuelve muy bien en el canto ligado y frasea con calidez, incluso con cierta sensualidad. Me gustó bastante menos Marc Barrard, un barítono inexpresivo y rutinario que, al menos, hizo gala de un buen instrumento. Mucho más interesante el Nourabad de Nicolas Courjal, poderoso y amenazador.
Bueno, ¿y el divo? Este señor hace ya lustros dejó de ser un magnífico tenor para transformarse en una especie de bufón del canto. Yo mismo no he dudado a la hora de lamentar algunas de sus interpretaciones (enlace). Ahora bien, sigue conservando una voz apreciable y, cuando quiere, unas evidentes ganas de comunicar. ¿Notas abiertas? ¿Inseguridad? ¿Cambios de color? ¿Desafinaciones? ¡Pues claro! Pero eso ya se sabía: estamos hablando de Alagna. Ahora bien, el aria la cantó con la emoción en los labios, fraseando siempre con morbidez, sensualidad, ensoñación y sentido. Que lo hiciera en falsete no me importó demasiado, aunque fuera jugar con las cartas marcadas. Otra cosa es que se lanzara a repetirla: ya dije aquí que me pareció un error (enlace) porque no venía a cuento, y encima la cantó peor.
En fin, es posible que si dentro de unos años escucho alguna de las grabaciones piratas que deben de existir del evento me forme una opinión bien distinta del mismo, pero de momento sólo puedo dar fe de que, sabiendo lo que me iba a encontrar con Alagna, me lo pasé muy bien. Como tantos otros miembros del público, al fin y al cabo.
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