Sevilla, 24/03/2009.
Aprovechando el reclamo de uno de los músicos predilectos del gran público, se optó por añadir dos funciones más a las cuatro habituales, con un sistema de doble reparto que pocas veces se utiliza en el coliseo sevillano; sin embargo no se ha reaccionado a la oferta como en principio se esperaba, y el innegable éxito desde el punto de vista artístico no fue precedido por el de taquilla.
La pareja protagonista de la noche del veinticuatro ya nos había dado muestras de su maestría en este repertorio hace algunos años, con otra partitura pucciniana en la que la electricidad sobrepasó los límites de la escena para contagiarnos a todos. Seis años después de unas funciones inolvidables de Manon Lescaut, Daniela Dessì se atreve con una protagonista más dramática y de tesitura exigente, en la que si encuentra dificultades para cubrir las notas más extremas del registro agudo, hace gala de un fraseo fuera de clase, un centro tan bello como opulento y una capacidad de transmitir que pocas colegas hoy en día podrían ensombrecer. Es esta soprano sin duda un claro exponente de la italianidad en todos sus aspectos, a la que se une una depurada técnica que le permitirá el año que viene celebrar en espléndida forma los treinta años de carrera.
Su pareja, el tenor Fabio Armiliato, se encuentra con un personaje que a veces le plantea serios retos, pero logra siempre salir airoso gracias a su desenvoltura sobre las tablas, su elegancia en el decir y el total conocimiento de su instrumento, del que saca siempre el máximo partido. Impecable sus dos grandes momentos solistas.
Silvano Carrolli, barítono septuagenario, sorprendió con una voz imponente, obviamente desgastada por los años, oscilante y -costumbre en él- abusando del declamado, pero demostró una autoridad innegable que nos hizo creer por entero al oscuro personaje del sheriff que interpretaba.
La larga lista de comprimarios, la mayoría de ellos grandes conocidos y habituales del Teatro de
Y éste precisamente fue uno de los pilares fundamentales de estas funciones, pues la puesta en escena de Giancarlo del Monaco, antes vista en el Metropolitan de Nueva York, o más recientemente en la ópera de Roma, es perfecta. Cuidando hasta lo más mínimo, esta propuesta casi cinematográfica, de grandes efectos pero también sutiles detalles, es fruto de un grandísimo conocimiento del genio de Lucca y su partitura más original. De del Monaco hemos disfrutado aquí varias producciones, y en todas nos sorprende con el perfilado movimiento escénico, la intensa labor con los actores y, en fin, la total coherencia con que firma su trabajo.
Pedro Halffter se enfrentaba por primera vez a
Debemos alabar también la espléndida labor del Coro de
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