La delegada de Cultura ha logrado coleccionar en menos de tres años un rosario de proyectos hundidos o heridos de muerte. El jueves ya advirtió que su prioridad es «la creación de empleo» y no el Maestranza o la Sinfónica, las dos joyas culturales de la ciudad, a las que les va a quitar cerca de dos millones de euros en 2010
En algunos círculos políticos y culturales de la ciudad, a la delegada municipal de Cultura, Maribel Montaño, que este verano cumplirá tres años en el cargo, se la empieza a mencionar, medio en broma, medio en serio, como «Terminator», en alusión al mítico cyborg, encarnado por Arnold Schwzenneger, cuya única misión era el exterminio total, para lo cual se valía de una formidable aleación de metal líquido y policarbono (que le permitía sobrevivir a terribles explosiones y atravesar paredes a puñetazos), y de un extraordinario manejo de todo tipo de armas de fuego, que le hacían tan temible y peligroso como a Messi con un balón de fútbol. Aunque su aspecto no resulte ni de lejos tan intimidatorio como el del actual gobernador de California, cuyos músculos XL aguantaban balas y misiles de todos los tamaños, las armas utilizadas por la inofensiva, en apariencia, delegada municipal, han resultado de destrucción masiva para la cultura en Sevilla durante este trienio negro: el Festival Entreculturas, la Casa de los Poetas, el no nacido Museo Thyssen de Sevilla o Womex han sido algunos de los objetivos abatidos por este alto cargo socialista, que ha hecho del presupuesto, o de la falta del mismo, para ser más exactos, su arma más letal, aunque la promesa incumplida o una mala negociación le hayan servido también para hacer nuevos blancos, véase Bellver o Carranza. En esta imparable carrera por no dejar piedra sobre piedra de lo que heredó de su antecesor, Juan Carlos Marset, Montaño ha logrado hitos difíciles de repetir como poner a un grupo de poetas, entre ellos, varios premios Cervantes, completamente de acuerdo en algo: su renuncia en bloque a trabajar con ella. No fueron los únicos: Carmen Thyssen mandó sus cuadros de pintores andaluces del XIX a Málaga, cuando ella era su interlocutora. Y Vicente Carranza estuvo a punto de irse con su extraordinaria colección de cerámica a otra parte tras entrevistarse con ella, que después de prometerle el Alcázar como sede para sus piezas cambió luego de idea, presionada por su alcaide, Antonio Rodríguez Galindo, La intervención del alcalde, desautorizando por primera y única vez hasta ahora a su portavoz, impidió la huida del coleccionista, aunque Galindo haya retrasado hasta hace pocas semanas la convocatoria del concurso público para montar la muestra. ¿Para qué tanta prisa?
A por ellos
De la erosión sufrida por casi todas los proyectos e instituciones culturales de la ciudad durante la gestión de «Terminator» sólo dos se habían librado hasta ahora, las dos «joyas» de la corona: la Orquesta Sinfónica, de la que el Ayuntamiento es copropietaria, junto con la Junta de Andalucía; y el Teatro de la Maestranza, en el que, además, hay otros dos socios: el Ministerio de Cultura y la Diputación Provincial. Se trata, sin duda, de los dos mayores instrumentos culturales de Sevilla, que tras casi veinte años de larga y procelosa andadura, han logrado colocar a Sevilla no sin grandes esfuerzos en la órbita cultural nacional, e incluso internacional, lo cual no ha arredrado a la delegada para lanzar también contra ellos sus misiles presupuestarios. Los hitos alcanzados aquí por Montaño han dejado en pañales a los Premios Cervantes que había logrado reunir, en su contra, por la fallidaCasa de los Poetas de Sevilla. Cuatro alcaldes, de tres partidos distintos (Luis Uruñuela (PA), Manuel del Valle (PSOE), Alejandro Rojas Marcos (PA) y Soledad Becerril (PP) aparcaron sus diferencias ideológicas para escribir una carta a Alfredo Sánchez Monteseirín alertando del «riesgo de desaparición» de la Orquesta y pidiéndolo que evitara el desaguisado. El mismo día que se hacía pública la misiva, Montaño acusaba públicamente a los ex alcaldes (uno de ellos de su propio partido) de incurrir en «alarmismos innecesarios» y de exagerar los problemas de la orquesta. Pero ninguno de los cuatro ex ediles exageraba: sabían de buena tinta que «Terminator» le había planteado pocos días antes a la Junta, su «socia», una reducción del 50 por ciento de su aportación.
Obedeciendo instrucciones de Monteseirín («Conan el Bárbaro» para un conocido gestor cultural de la ciudad), apostaba por cargarse la mitad de la orquesta y ahorrarse 1,5 millones de euros, una decisión que hubiera causado un terremoto de consecuencias impredecibles en la formación musical y, con toda seguridad, la dimisión de su director, Pedro Halffter, que la ha paseado con éxito por Europa. La Consejería de Cultura, que no quitó ni un euro a la Sinfónica, a pesar de ver reducido su presupuesto en casi un 20 por ciento, logró finalmente convencer a la delegada de que esa decisión sería «el fin del actual modelo de la orquesta», reduciendo esta rebaja del 50 al 20 por ciento, amén de acompañarla del adjetivo de «coyuntural» en la nota oficial emitida tras la reunión de su Consejo.
El Maestranza, el «pagano»
Perdida hasta cierto punto la batalla de la Sinfónica, Montaño se la tenía guardada al Maestranza. La orden del alcalde era clara: había que ahorrar cerca de 2 millones de euros, y si en la Sinfónica «sólo» se podían quitar 680.000 euros (frente a los 1,5 millones de su propuesta inicial), sería el Maestranza el que pagara la diferencia. De este modo, la decisión que «Terminator» elevó al consorcio del teatro reunido el pasado 22 de diciembre fue la de reducir un 70 por ciento su aportación, algo sin precedentes en la historia del teatro, que ya ha pasado otras crisis durísimas sin sufrir un ajuste tan brutal (el coste de dos óperas o de un ciclo completo de conciertos), y que levantó ampollas en sus socios, que también sufren restricciones presupuestarias pero no se las han repercutido.
Y no menos ampollas levantó en ellos que apelara a la situación de «emergencia social» por la crisis para justificar estos recortes y que habrían hecho —dijo— que sus prioridades sean ahora «la creación de empleo» y no el Maestranza o la Sinfónica. Algo así como si la ministra de Cultura dijera que, con la crisis, ¡qué importa el Museo del Prado!.
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