La cuestión de los géneros siempre es espinosa, desde luego Los sobrinos del Capitán Grant jamás pasará por una zarzuela de primer nivel, su música no lo es y su argumento apenas resiste un mínimo hilo de cordura.
Ahora bien, la astracanada pergeñada por Fernández Caballero se mantiene más de un siglo después de su estreno igual que bien, o mejor (¡si levantara la cabeza!) que cuando se estrenó (en 1877).
Pletórica de humor blanco y con guiños híbridos entre Martes y 13, Els Joglars, Comediants y Tricicle, los protagonistas de la función desarrollan con una astuta naturalidad esta comedia, elogio de la exageración, en la que sobresale un Millán Salcedo (Mochila) que, si en la teatral Salomé demostró reciclarse en ejemplar actor de teatro, aquí tira de la nave con una digna contención pero sin querer enmascarar su innata capacidad de enganche televisivo. Canta, salta y brinca acompañado de ilustres compañeros, especial mención del Doctor Mirabel, mil y una veces caracterizado de Fernando Conde.En resumen, hay más teatro que música, y la que hay viene servida por el maestro Miguel Roa, capaz de sacar oro de unos pentagramas un tanto carbónicos. Grande el coro, sin distinción entre voces masculinas y femeninas, empastado y muy resuelto. Sin romanzas ni dúos emblemáticos sobresalió el encuentro, proyectado y un punto engolado entre Aurora Frías (Miss Ketty) y Soledad (Milagros Martín). El toque virtuoso lo dio la poderosa, centrada y angulosa voz de Richard Collins-Moore. Nadie, aficionado a la zarzuela o no, debería privarse de esta diversión.
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