Crítica de Tancredi
Pedro Coco en mundoclasico.com
Sevilla, 22/02/2009.
Pedro Coco en mundoclasico.com
Sevilla, 22/02/2009.
Quien esto escribe se siente muy afortunado de haber por fin disfrutado de una función donde por encima de cualquier otro elemento, primaron las voces, que, pese a quien pese, son las verdaderas protagonistas en un espectáculo operístico, más aún en un título como el que presenciamos el pasado domingo.
El belcanto más canónico faltaba en el Maestranza desde hace mucho tiempo -olvidando a conciencia aquel fallido intento belliniano que se nos ofreció hace cuatro temporadas- por lo que celebramos doblemente unas funciones de reparto estelar que esperemos no tarden en repetirse. Temporadas homogéneas, y sobre todo de calidad, donde todo el repertorio tenga cabida, son el secreto del éxito de un teatro de ópera.
Debut en el Maestranza para Daniela Barcellona, que con su personaje más característico ha demostrado de nuevo ser una de las voces más adecuadas para Rossini actualmente. Tancredi se ha convertido en un vehículo perfecto para mostrar sus mejores armas, y junto a su presencia escénica nos hizo disfrutar de una recreación que roza la perfección. Es patente el trabajo de depuración que va realizando con el rol a través de las distintas producciones en las que participa, regalándonos aquí un registro homogéneo, timbre luminoso y gran atención al matiz en los momentos más delicados.
Mariella Devia, retomaba Amenaide -y con ella un rol rossiniano completo- después de cinco años, y el regreso no ha podido ser más feliz, completando para nuestra fortuna la triada belcantista en el Maestranza, después de su sublime Bellini de 2000 y su exquisito Donizetti de 2003. Sería todo
Precisamente, y a raíz de su Traviata de Ancona, rescato lo que bien apuntaba mi colega Paco Bocanegra en su reseña [leer reseña] de hace justamente un año: ”Su talento artístico va mucho más allá del fenómeno vocal, y ha llegado a un momento de su carrera en que se la tiene que comparar con el exclusivo número de 'las grandes' que se enumeran con los dedos de la mano”.
No existe en la actualidad cantante en la que se aúnen de modo tan perfecto técnica e interpretación, con un conocimiento y dominio del estilo digno del más alto reconocimiento, y cuya más loable característica al respecto quizás sea el total respeto a una partitura que analiza siempre escrupulosamente. El sensible canto ligado -de la más alta escuela-, además del control absoluto del fiato, con frases de aliento interminable, le hicieron dominar la escena durante toda la noche, obteniendo con todo merecimiento las mayores ovaciones.
El personaje de Argirio es sin duda el que más ha sufrido los efectos de la tradición mutiladora hacia este repertorio, y a veces por decisión propia, otras por la del director musical, su parte solía carecer del peso que últimamente se le ha devuelto y que nos hace darnos cuenta de la complicación que entraña. Gregory Kunde, que lleva a sus espaldas un buen número de personajes del cisne de Pesaro, acometió el rol completo, con todas sus espectaculares escenas solistas, y si bien el instrumento se encuentra algo perjudicado, es digno de alabanza su trabajo con la partitura. Cantando mayoritariamente en forte, y con algún que otro problema para matizar, potenció el lado más autoritario e intransigente del padre rossiniano.
La labor del equipo de comprimarios haría descender algún entero el nivel vocal medio de este Tancredi, en el que destacó en su breve papel el bajo Wojtek Gierlach.
Isaura y Roggiero desaprovecharon sus momentos estelares con ejecuciones un tanto mediocres de sus respectivas arias ‘di sorbetto’.
La lectura del maestro Benini, si bien atenta a los cantantes, resultó de tempi lentos, a veces caprichosos, y cohesión dramática discutible, al frente de una muy respetable Orquesta Ciudad de Granada que vino a reemplazar a nuestra viajera Sinfónica de Sevilla. Sonó el conjunto homogéneo, y demostró calidad en todas sus secciones, revalidando los triunfos ya obtenidos en el foso sevillano varias temporadas atrás.
No tuvo su mejor noche el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro Maestranza, que en esta ópera tiene un papel lejos de poderse considerar anecdótico y que mostró algunas insuficiencias como la falta de empaste; reconocemos sin embargo la labor desarrollada vista su situación amateur.
Por último, la puesta en escena, que ya se vio en Madrid la temporada pasada, y que no es precisamente lo mejor que Kokkos ha firmado. Después de disfrutar del genial Holandés del año pasado -o sus impresionantes Troyanos para el Chatelet parisino- podemos decir que este Rossini ocupa definitivamente puesto muy inferior en su producción; a su favor juega la acertada iluminación, gran parte del vestuario o, en principio, la recurrente idea de mostrarnos los tradicionales Pupi sicilianos -que llegan a saturar por su omnipresencia- pero en líneas generales aburre la estética minimalista y monocroma de los decorados, o la poco inspirada dirección de actores.
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