Carlos Tarín ABC de Sevilla 16-02-09
Hace casi dieciocho años Teresa Berganza nos regalaba el «Di tanti palpiti» para inaugurar este teatro; ha sido una suerte que tanto tiempo después podamos oír el «Tancredi» en el teatro completa, y en una voz verdaderamente providencial, aunque sin ese timbre único y seductor de la madrileña, pero vocal y escénicamente inconmensurable (aunque la Barcellona adornó y remató la famosa aria un tanto aparatosamente, buscando el aplauso que de todas maneras no le iba a faltar). Menuda línea de canto, qué belleza de agudos y qué seguridad en los graves, versatilidad expresiva y cuanto se quiera. Mantuvo una regularidad en todo pasmosa. Y por una caída allí y por otra aquí (Pedanchatska), tuvimos finalmente a la Devia, una soprano mítica, que ha tenido que repasarse el papel con premura, y que le ha salido magistral.
A sus sesenta años puede hacer de doncella con un registro poderoso (y eso que ella es menudita), bellísimo y seguro. Al principio no alcanzó la limpieza absoluta, pero a medida que fue calentando su voz, los agudos intensos porfiaron con delicados «pianisimi», sin perder el color y la fuerza: magnífica lección de canto. Y tener juntas a la Barcellona y a ella, otro hito para el teatro. Muy desigual resultó Kunde, que basa su canto en unos agudos firmes y bien timbrados, casi siempre en «forte», lo que significa casi siempre que le cuesta apianar sin cambiar el color notablemente; esto quedaba muy manifiesto en los momentos más líricos, donde sacaba volumen para alcanzar esas notas más lejanas. Tobella tiene que trabajar más su voz -es muy joven-, para buscar su sitio en tan difícil mundo; pero la sorpresa nos vino con la Rivas, que en el final «S´avverassero pure» nos mostró un hermoso registro, y más impactante por lo inesperado. Y no están las cosas para desperdiciar talentos. El coro empezó desequilibrado, pero se fue rehaciendo, mejorando también en los pasajes fuertes.
Nos pareció innecesario amplificar el clave y el chelo. En el foso, la orquesta granadina funcionó bien en general, con un comienzo poco refinado, pero acaso la dirección de Benini logró integrarla en la obra, de buena manera, destacando la trompa solista y algunos momentos de los violines. En lo escénico, si nos quejábamos el año pasado que Kokkos había sobreexplotado la estupenda idea para «El holandés», ahora le aplaudimos la diversidad de ideas presentadas, fundiendo el minimalismo con el realismo, basado en elementos propios de la cultura siciliana, y concretamente en el «Teatro dei puppi siciliani», una tradición popular de marionetas armadas, probablemente basadas en Don Quijote, o las «linternas», provenientes de las famosas fiestas de Santa Lucía (Siracusa), así como un cuidado especial en el color del vestuario plenamente siciliano. Si a eso sumamos una iluminación cuidadísima, estamos ante una noche de ópera verdaderamente virtuosa
A sus sesenta años puede hacer de doncella con un registro poderoso (y eso que ella es menudita), bellísimo y seguro. Al principio no alcanzó la limpieza absoluta, pero a medida que fue calentando su voz, los agudos intensos porfiaron con delicados «pianisimi», sin perder el color y la fuerza: magnífica lección de canto. Y tener juntas a la Barcellona y a ella, otro hito para el teatro. Muy desigual resultó Kunde, que basa su canto en unos agudos firmes y bien timbrados, casi siempre en «forte», lo que significa casi siempre que le cuesta apianar sin cambiar el color notablemente; esto quedaba muy manifiesto en los momentos más líricos, donde sacaba volumen para alcanzar esas notas más lejanas. Tobella tiene que trabajar más su voz -es muy joven-, para buscar su sitio en tan difícil mundo; pero la sorpresa nos vino con la Rivas, que en el final «S´avverassero pure» nos mostró un hermoso registro, y más impactante por lo inesperado. Y no están las cosas para desperdiciar talentos. El coro empezó desequilibrado, pero se fue rehaciendo, mejorando también en los pasajes fuertes.
Nos pareció innecesario amplificar el clave y el chelo. En el foso, la orquesta granadina funcionó bien en general, con un comienzo poco refinado, pero acaso la dirección de Benini logró integrarla en la obra, de buena manera, destacando la trompa solista y algunos momentos de los violines. En lo escénico, si nos quejábamos el año pasado que Kokkos había sobreexplotado la estupenda idea para «El holandés», ahora le aplaudimos la diversidad de ideas presentadas, fundiendo el minimalismo con el realismo, basado en elementos propios de la cultura siciliana, y concretamente en el «Teatro dei puppi siciliani», una tradición popular de marionetas armadas, probablemente basadas en Don Quijote, o las «linternas», provenientes de las famosas fiestas de Santa Lucía (Siracusa), así como un cuidado especial en el color del vestuario plenamente siciliano. Si a eso sumamos una iluminación cuidadísima, estamos ante una noche de ópera verdaderamente virtuosa
Feliz reencuentro con la emoción del canto
Andrés Moreno Mengíbar
Andrés Moreno Mengíbar
Diario de Sevilla 15-03-09
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Nueve años nada menos que han pasado desde subiese al escenario del Maestranza la última ópera de Rossini, La Cenerentola. Demasiado tiempo ha pasado desde entonces y no creo que sea buena una tan larga ausencia de la música del genio de Pesaro. Más que nada por motivos de higiene auditiva y, sobre todo, para reencontrarnos periódicamente con la emoción siempre a flor de piel de la experiencia de la voz en su estado más puro, al fin y al cabo una de las razones de la persistencia de este fósil artístico.Pureza y belleza vocal rebosa esta luminosa ópera que comienza con la palabra Pace, finaliza con Felicità y que supone una auténtica explosión vocal siempre y cuando se disponga de los elementos artísticos precisos. Y hay que felicitar aquí al Maestranza por haber podido disponer (en un caso por casual carambola) de las mejores intérpretes posibles para los dos papeles protagonistas. Como buen guerrero medieval, Daniela Barcellona presentó sus armas desde el primer momento. Ya en la primera frase (Oh patria!), atacada con una exhuberante y perfecta messa di voce, Barcellona sedujo con su bellísimo timbre, su control técnico y su fraseo lleno de detalles y matices. El agudo suena con luminosidad y los graves demuestran estar sólidamente apoyados, lo que le permite abordar la infinidad de pequeñas notas con que Rossini llenó su partitura. Por su parte, Mariella Devia volvió a dar una lección de control de la emisión, de fiato y, sobre todo, de emotividad en la voz. Ambas firmaron dúos para el recuerdo. Kunde sólo se lució en la zona aguda y en forte, porque el fraseo fue brusco y el timbre poco agraciado en dinámicas medias. Gierlach dibujó un Orbazzano de rotundos medios vocales y solventes agilidades.
Benini, a pesar de alguna lentitud en las cavatinas, imprimió buen ritmo y arropó con mimo a los cantantes, con la colaboración eficaz de una ágil y transparente orquesta granadina. El coro estuvo a buen nivel, salvo cuando cantaron en piano, momentos en que sonaron desimpostados.La producción es luminosa (¡por fin!), en blanco y negro, pero con las inevitables genialidades de los registas, tales como el mandril, los farolillos o la catana.
Magníficas voces en el estreno de Tancredi
José Roldán
José Roldán
El Correo de Andalucía 15-03-09
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Es recurrente que en la ópera la figura de la mujer se disfrace de sacrificio y falsa heroicidad, sin caer en la cuenta de que eso subraya su carácter misógino, degradándola a mero soporte de un hombre por quien es capaz de todo. En ese contexto se inscribe esta ópera estrenada en Sevilla sólo veinte años después de su estreno mundial en Venecia, y no vuelta a reponer hasta ahora, más de ciento setenta y cinco después. Hubiera sido deseable contar para la ocasión con dos finales, el feliz de Venecia y el tráfico con el que se presentó en Ferrara. Se ha optado sin embargo por el primero, aunque la costumbre últimamente sea hacerlo por el segundo, cuya estructura musical es de mayor belleza y envergadura.
Tuvimos de nuevo a Yannis Kokkos en la dirección artística, pero los hallazgos visuales que consiguió en “El holandés errante” aquí se han quedado en algo menos ambicioso. El concepto de arte total con el que se quiere identificar la ópera hace que confluyan maniquíes, como si de una instalación digna de la Feria de Arco se tratara; o ya que estamos ambientando en Sicilia, aprovechar las posibilidades de las marionetas. Y para rematar, todo un tiovivo de caballitos, lo que sumado a una escenografía muy sencilla y funcional, un argumento como tantas veces convencional y forzado, y una música que dentro de su belleza no sabe escapar a la monotonía, convirtiendo el espectáculo en algo rancio y plúmbeo. Afortunadamente, y es lo que más importa, brilla el aspecto musical.
Barcelona demostró su habilidad para encarar papeles masculinos, deleitándonos con una voz poderosa y enérgica, mientras Mariella Devia estuvo sensacional, superando con creces el inconveniente de la edad, lo que en términos musicales sólo se tradujo en un amago de engolamiento, sin más consecuencias cuando poco a poco fue desgranando toda una sucesión de hermosísimas arias engalanas con variadas florituras al más estilo belcantista. Menos satisfactorias estuvieron las voces masculinas, con un esforzado y a veces fatigado Gregory Kunde, a pesar de su poderoso timbre. El bajo, más baritonil, Wojtek Gierlach, no fue capaz de insuflar a su personaje todo su potencial dramático, pero cumplió en presteza musical. De su voz pequeñita, pero controlando su modulación, Ana Tobella, y correcta la vienesa Alexandra Rivas. La Orquesta Ciudad de Granada demostró desde el foso por qué es una de las orquestas punteras de este país: dirigida con aplomo y profesionalidad por todo un entendido en la materia, Maurizio Benini, mereció una encendida ovación del público.
También el coro masculino cumplió satisfactoriamente su difícil cometido. Lástima que tanto ellos como los figurantes fueran dirigidos escénicamente con la misma torpeza con la que lo suelen hacer todos, da igual el título que sea, repitiendo gestos y muecas
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