sábado, 12 de diciembre de 2009

Lo visual retuerce lo musical

Andrés Moreno Mengíbar
12.12.2009
Diario de Sevilla
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El tenor José Bros, arrodillado, durante la representación.

La favorita. Ópera en cuatro actos de Gaetano Donizetti (versión francesa). Director musical: Roberto Rizzi Brignoli. Director de escena, escenografía y vestuario: Hugo de Ana. Director del Coro: Julio Gergely. Coreografía: Juan de Torres, Daniela Merlo. Iluminación: Ricardo Castro. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Intérpretes: Sonia Ganassi (Leonor de Guzmán, mezzo), José Bros (Fernando, tenor), Vladimir Stoyanov (rey Alfonso XI, barítono), Carlo Colombara (prior Baltasar, bajo), Jon Plazaola (Don Gaspar, tenor), Tatiana Davidova (confidente Doña Inés, soprano). Lugar y fecha: Teatro de la Maestranza. Viernes, 11 de diciembre de 2009. Aforo: Lleno.

Definitivo: el medio es el mensaje. Aunque no nos guste ni queramos reconocerlo, vivimos insertos en el paradigma del simulacro, de la sustitución de lo real por lo virtual, del objeto por su imagen, del fondo por la forma. Es el tributo al narcisismo sensorial y al solipsismo icónico en el que se ha convertido el Arte, una manifestación que antaño buscaba conmover y que ahora sólo busca deleitar apelando al estímulo más inmediato, directo y ayuno de reflexión.

Larga parrafada, dirán, pero es lo que me ha sugerido esta producción de La Favorite nacida de la mente de Hugo de Ana. Lo que puede tener de hallazgo y de atractivo visual se convierte a la media hora en hartazgo y cansancio de los sentidos, de la vista sobre todo, que tiene que pasarse tres horas en un esfuerzo bifocal atendiendo a lo que se proyecta en el tul de boca y a lo que pasa tras él. Mucho tiempo para, al final, llegar a la conclusión de que lo que pasa en el escenario no tiene nada que ver con la ópera de Donizetti. El eterno crucifijo gigante que tanto recuerda a la piedra del último Fidelio de infausta memoria, las alusiones medievales en torsión y las nubes y rocas mutantes confunden más que explican. Explicar, esto es lo que debería ser el objeto de una puesta en escena, y no despistar o disociar, como cuando se proyectan imágenes arquitectónicas cuando el rey Alfonso evoca los jardines del Alcázar. Y en medio de la escena un enorme foso y varias rampas a varios niveles, todo lo cual impide el fluido movimiento de los cantantes y los limita a estarse quietos en la corbata del escenario ante un tul. Lo que decía al principio, convertir el medio técnico en la esencia del propio espectáculo dejando a un lado música y texto.

Optar por la versión francesa de este título supone optar también por incluir o no el ballet. En este caso sí se interpretó, pero la disposición escénica lo deslució y la coreografía tampoco ayudó mucho, con unos derviches zapateando al compás de palmas por sevillanas (no creo que la etapa hermética del flamenco de la que hablase Mairena llegase hasta el siglo XIV). Fondos oscuros, luces tenues y de matices dorados y vestuario (muy elaborado, eso sí) de tonos apagados acabaron de rematar a la cansada vista del espectador.

Mejor parado salió el sentido del oido, aunque no tanto como hubiese sido de desear. Rizzi Brignoli, aunque en momentos como la introducción de la obertura o el inicio del cuarto acto se asentase en un tempo demasiado lento, dirigió el resto de la ópera con gran atención a los detalles y a la claridad tímbrica de la orquesta, a la vez que con una muy intensa garra dramática. A Ganassi le falta solidez en el registro grave para este personaje. El agudo suena con agrado, pero la voz, en general, se queda en la gola y no se proyecta adecuadamente. Bros estuvo inmenso en los momentos dramáticos y en el despliegue de la línea de canto, pero le costó mucho colocar los agudos, siempre vicino al tono, abiertos y atacados con brusquedad. Como buen verdiano, Stoyanov fraseó con gran atención al matiz y al acento, sobre todo en Pour tant d'amour. Rígido, cavernoso y con graves huecos Colombara, mientras que a Davidova costó mucho escucharla y quedaba claro que no es la soubrette que el papel pide. Plazaola estuvo espléndido y del coro estuvieron mejor las sopranos y destemplados los tenores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi vivencia como coralista del CAATM es bastante cercana a los comentarios que realiza el autor, sobre todo en lo referente a la prioridad otorgada al campo escénico, en menoscabo de los criterios musicales. Subscribo la afirmación sobre la dificultad de los cantantes a la hora de movernos por el incómodo y a veces reducido escenario. Por otro lado, considero que los efectos visuales han alcanzado un alto nivel artístico.