domingo, 13 de diciembre de 2009

El favorito

RAÚL DOBLADO Un momento de la ópera de Donizzeti en el Maestranza
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CARLOS TARÍN
Domingo , 13-12-09
ABC de Sevilla

El Maestranza reponía «La favorita», un título que ya oímos en la Expo a Kraus junto a Shirley Verrett, y cuya presencia resumía lo mejor de una producción olvidable. La reposición se justificaba ahora por la versión francesa, en principio mejor, y seguramente por su ubicación en Sevilla (los dos actos centrales). Pero lo cierto es que «Favorita» no se encuentra entre los mejores títulos de Donizetti, y si lo que se quiere es Sevilla, pues se debería pensar en «María de Padilla», más interesante y desconocida aquí. Y si se rescata el título, al menos debe pedírsele un atractivo añadido, que no fue el nos trajo Hugo de Ana, a quien también se «reponía». El director argentino ya dirigió la primera producción del Maestranza, «Aida», sin que convenciese a casi nadie, y luego «El Cid». Su concepción escénica se apoyó en dos ideas: la movilidad de un enorme crucifijo y constantes proyecciones. El primero está omnipresente en toda la obra, representando el poder, el peso de la iglesia: no habrá tenido que darle muchas vueltas. Aunque termina dándoselas, como a la losa aquella del «Fidelio», que debe ser moda. Pero, aparte de filias y fobias, la iglesia sólo centra un aspecto de la obra, y no el principal, el que desencadena el drama, que es el del honor: y de eso, nada. Luego las proyecciones, que deslumbraron nuestra vista, a veces despegadas del texto, abigarradas, y que terminó en una clase de arte, distrayendo más que ayudando. Lo mejor, el movimiento escénico y la creación de auténticos lienzos románticos, con los personajes vestidos ricamente de época y con un concepto casi escultural de sus ropajes. La iluminación embelleció cada escena, pormenorizando cada atmósfera, aunque el «color de Sevilla» cedió ante un predominio constante de la oscuridad. La proyección del Cristo en el suelo abrió un cruciforme hueco que el ballet tuvo que sortear. El trabajo de Torres nos pareció acertado, toda vez que es difícil solventar cómo podían ser los bailes originales del siglo XIV, eso sí, subrayando el movimiento de los brazos que sutilmente recordaban lo andaluz; el toque obvio lo volvió a poner el "regista", haciendo que el coro se arrancara por palmas por sevillanas, absolutamente fuera de lugar.

José Bros fue un Fernando solvente, si bien tuvo problemas con el agudo apenas comenzar, y aunque fue mejorando, siempre quedaba esa voz delgada, no siempre firme, y como alejada de un centro y unos graves aterciopelados y cálidos, con la pasión y la entrega que siempre pone este tenor barcelonés. Once años después de triunfar en «El Barbero» de Castro, la mezzo Sonia Ganassi volvía a nuestros escenarios para cosechar una sonora ovación por su destacada lectura de Leonor, conservando aquellos agudos firmes y seguros, moviéndose bien por el centro y llegando justo a unos graves que acaso la morbidez del personaje requieran, pero que resultaron dignos (destaquemos «O mon Fernand!«). El registro del rey de Stoyanov nos pareció muy atractivo, por la delicadeza y fluidez de su canto, adecuado tanto el alto rango de su personaje como para el dicotómico amante; tan sólo en su aria del segundo acto pareció perder fuerza frente a la orquesta, lo que no empaña una labor encomiable. Aunque vigor es lo que le sobraba al venerable Balthazar de Colombara, con esa solidez y severidad al que su cargo le obligaba, y que por ello fue bastante aplaudido. Plazaola estuvo acertado, mientras la delicadeza y el escaso volumen de la Davidova la limitaron en su efectividad. En el coro hubo de todo, pero se resintió más cuando el de hombres se vio más desnutrido, y por lo tanto más «desnudo», mientras que el de mujeres estuvo completo, y con la seguridad que otorga un predominio más homofónico. Pero al gran triunfador de la noche se le oyó desde el primer momento, pero no se le vio hasta el final: Rizzi arrancó desde los primeros compases de la obertura un color y un sentimiento a la orquesta conmovedores. La madera tuvo su momento de gloria en el cuarto acto, introduciendo «La maitresse du roi...». El público se volcó con él, acaso más que con los cantantes. Fue, sin duda, el favorito.

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