lunes, 5 de octubre de 2009

Comienzo bullicioso en el Maestranza

Comienzo bullicioso en el Maestranza
PEPE ORTEGA
CARLOS TARÍN
Lunes, 05-10-09
ABC de Sevilla
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Todavía entre los rescoldos del verano, el Teatro de la Maestranza prácticamente abre la temporada con una ópera de Richard Strauss que inexplicablemente se estrenaba en España ahora, tres cuartos de siglo después de su estreno, si bien en el resto de Europa tampoco es de las óperas más programadas. Halffter añade otro «número 1» a su obsesión por meter la cabeza siempre en la foto-finish (sabemos que ha descartado títulos al enterarse que otro teatro español lo estrenaría antes que él). Esta vez, por fortuna, las ventajas de esta actitud han sido numerosas. La primera, es que la música de Strauss (Richard), y especialmente la operística, es siempre un lujo para cualquier teatro; luego, que la primicia ha atraído la atención de la prensa no especializada, añadiendo glamour al que ya de por sí tiene la ópera en Sevilla. Y también que ha interesado a los compañeros de la crítica nacional. Todo ello es más que conveniente, en parte porque la música de Strauss no siempre es fácil de digerir y podría desanimar al aficionado y también porque con esta crisis el apoyo del público es fundamental.
No hay muchas producciones para elegir pero ésta, que ya tiene 13 años, se mantiene bien. Mezcla un vestuario tradicional con una asfixiante escenografía que recuerda un torreón en el que Morosus quisiera defenderse del ruido o, por su condición marinera, el aislamiento proporcionado por un faro. Se pierde mucha boca del teatro, sólo ampliada por un doble círculo en el que se ve la tramoya necesaria para la farsa, dentro del género de las escaleras, un recurso dudosamente estético. El cuidado de la iluminación no fue lo que más destacó, sino los detalles, como el acercamiento inicial y final de los barcos, y las candilejas del segundo acto, cuando se inicia la farsa, reducidas notablemente en el tercero, en el paso de la mentira a la verdad.
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Homenaje a la mujer
Esperemos que no sea este título otro homenaje a la mujer, porque aquí la protagonista usará sus tópicas armas para sacarle el dinero al viejo, con la intención de «curarle», sin que éste hubiese pedido ayuda. Desde los inicios de la ópera bufa, la relación muchacha/viejo rico casi es consustancial al género (primero «Serva Padrona», luego «Il Campanello», «Don Pasquale» y así hasta nuestros días, aunque ya no sean óperas sino prensa rosa). Pero a diferencia de sus antecesoras, ésta cuenta con un libreto ejemplar (en el mundo de la ópera éste es un calificativo insólito) debido al escritor judío Stefan Zweig, cuyo nombre Strauss persistió en no retirar de los carteles, lo que le costaría la prohibición de la obra en toda Alemania. En ella los protagonistas no son simples polichinelas: ella es consciente del daño que hace al marino, y éste se expresa como el más profundo enamorado. Esto no es una impresión: cuando ella se presenta evoca a todas las luces la delicadeza y modestia de una Mimì, pero sin llegar nunca al clímax de la famosa aria pucciniana, porque todo es mentira; sin embargo, cuando el viejo seducido descubre su corazón, alcanzará uno de los momentos más emotivos y sinceros de la obra. Aquí la Bauer se mostró muy lírica, aunque en las cotas hiperagudas la enmarcan como ligera, por lo que en los momentos más enérgicos (como «hija de Satanás») su voz resultara más frágil y liviana. Hawlata defendió un Morosus adecuado, cuyos puntos más débiles los tuvo al elevar su voz en los pasajes más apianados y en la consistencia de algunos graves. Es indudable que a la dificultad técnica del canto se une un elenco muy amplio, que en general se defendió con suficiencia, si bien lo hizo mejor el barbero de Kuttler, que aprovechó los variados registros de su personaje, tanto en la potencia de los agudos como en el tratamiento expresivo de las distintas circunstancias, que el «sobrino» Berthold, algo más parco en posibilidades, pero preservando su cometido. Está claro que cada vez más se aúnan las posibilidades vocales a los físicos que las sostienen, y a la belleza (vocal y física) de la Bauer se añadieron las de la Gumos y De la Merced, ésta en un papel por debajo de sus posibilidades. Correctos García y Bou.
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Mejora la orquesta
La orquesta fue mejorando, amparada en la calidad de sus solistas, entre los que hemos de destacar el papel de las trompas, tan importantes en Strauss y que desde la obertura funcionaron francamente bien. Halffter puso orden en todo, cuidando no echar la enorme orquesta sobre los cantantes, esta vez poco amparados por un decorado que no favorecía la proyección (excepto hacia la mitad de la escalera), brillando algo más en los momentos de mayor tensión.
Cuando Zweig/Strauss retornan violentamente a las normas de la ópera bufa y Morosus vuelve a ser personaje de comedia «comprendiendo» todo, a buen seguro que le quedaría el consuelo de que si la «diablesa» se había transustanciado con él, en cualquier momento podría hacerlo con su sobrino, beneficiario de su herencia. Sería su venganza póstuma de esta exitosa farsa.

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